No sos
responsable de ninguno de mis desvelos, ni de mis lágrimas cuando suena un tema
en particular, ni de mis escritos, ni de mis malhumores. Es más,
casi nunca te pienso. Pasaste en mi vida totalmente inadvertido y el día de
mañana no vas a ser una historia que le cuente a mis hijos; pero acá estoy, dedicándote
unos renglones, quizás de lo único de lo que seas responsable sobre mi persona.
Es que no
tenés nada que ver con un extremo, y uno se desvela, llora, escribe y se malhumora
por extremos. Es eso, lo “nuestro” (las comillas son necesarias pero de todas
formas me parece grotesco decir nuestro) fue tan mediocre que a veces me
pregunto si existió tal cosa o no más fue ausencia-de. Dudo acerca de si fue
algo que nunca empezó, o le falta un cierre. O quizás es simplemente así, ¿por
qué esperamos que todas las historias y romances y amoríos sean redondos? Aún
en las imperfecciones que les permitimos, pretendemos que sean perfectos, con
principio y fin; claros, precisos.
Y no. Pero
ahí estás, siempre volvés de alguna manera. Sos esa cosa que tengo pendiente;
eso que me falta conocer. Esa duda, esas ganas de enojarme con motivo. De poder
pensarte sin sentir que estoy flasheando. De concretar; y no lo digo por las
ganas de palpar tus promesas, sino por poder escuchar tus melodías y pensarlas
para mí. “Es que para mí fui distinta”. A las mujeres nos encanta pensar eso,
que fuimos especiales para el otro, no necesariamente amadas, sino diferentes:
que los dejamos pensando, que los atontamos, que no nos pudieron entender, que
fuimos locas, que nos atrevimos, que no nos cabió una.
Me quedo con
esa idea, lo que tal vez hace más triste que para vos haya sido absolutamente
nada. Ser una loquita suelta se siente mejor que ser una normal suelta. Y, por
suerte, no necesito confirmar nada. O sí, me encantaría, pero sabiendo de tus
mañas, jamás me harías saber si te moví más de un cuarto de pelo.
Vos sí que
sos especial... eso seguro. El problema es que lo sabés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario