Como cuando
tomás un poco de más y la vuelta en remo se hace insoportable por ese esfuerzo
casi sobrehumano de fijar la mirada en la senda peatonal, la esquina, el
quiosco, la estación de servicio, el semáforo; todo para no marearte.
Pero esta
vez es con otra cosa: te empeñás en detener los ojos en lo negativo, en el
motivo del "chau", porque escabiaste recuerdos de más. Y marearte te puede llevar
a hacer una (otra) llamada pelotuda.
Te sale más o menos bien, apagás la música
que es la barra de los recuerdos porque ya estás demasiado ebria de él. O de tu
memoria de él, que definitivamente es mucho mejor y mucho peor que él en sí
mismo: de repente los momentos llanos se vuelven de película y color rosa; y
los de mierda, mucho peor (de alguna manera hay que justificar la distancia,
sino la culpa ahoga y el alma explota de angustia).
Seguís en el taxi, al fin y
al cabo vas para tu casa, donde el mundo cobra sentido, donde te das cuenta que
tomes lo que tomes, fernet con coca o fernet con recuerdos, todo sigue siempre
igual.
Elegís cerrar los ojos, pero te das cuenta que mejor no: así te mareás
más y capaz que vomitás. Y vomitar recuerdos es quedarse vacío... Y aunque te
perturbe tener todo eso adentro, siempre lo supiste:
no tener nada es mucho
peor.
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